lunes, 21 de abril de 2025

Escuchamos, pero no juzgamos

21 de abril de 2025

Hace unos meses circulaba por las redes sociales una frase que se hizo viral y que invitaba a compartir confesiones y generar empatía: «escuchamos, pero no juzgamos». Tan popular se hizo que algunos profesionales de la psicología aprovecharon la ocasión para señalar que escuchar sin juzgar era lo que los psicólogos hemos hecho toda la vida. Pero ¿es así?

Lo primero que habría que señalar es que los psicólogos no conformamos una masa homogénea, por lo que el «escuchamos, pero no juzgamos», puede interpretarse de diferentes maneras, según sea la formación de cada profesional. Y aun dentro del marco de la psicología se pueden cometer abusos peores que juzgar.

Los griegos consideraban dos profesiones imposibles: gobernar y educar. Son imposibles no porque sean impracticables sino porque, al realizarlas conviene tener siempre en mente sus límites. Ni en el gobierno es posible tener a todos contentos ni en la educación es posible transmitirlo todo. Y quienes no son conscientes de estos límites se exponen tanto a la frustración como al abuso de poder.

Si lo asociamos con la escucha, la primera regla de una escucha respetuosa debería ser: «escuchamos, pero no gobernamos». El primer abuso de poder a evitar consistiría, entonces, en utilizar la escucha para decirle al otro lo que debe hacer. Una vez que alguien nos ha expuesto sus problemas, no deja de ser tentadora la idea de indicarle el camino correcto. Sin embargo, gobernar debe ser de las formas más groseras de juzgar. Es decirle al otro: «dado que eres incapaz de resolver, lo haré por ti».

El otro abuso consistiría en ceder ante la idea —seductora— de educar. Si es ya bastante grosero gobernar al otro, no lo es tanto menos tratar de educarlo. Si escuchamos sólo para enseñarle al otro los errores que ha cometido, o para mostrarle formas correctas de pensar o de comportarse, tampoco hemos abandonado del todo los juicios. Por tanto, la siguiente regla debería rezar «escuchamos, pero no educamos».

No ser conscientes de los límites de estas dos tareas puede conducir a dos formas de abuso: uno, que podríamos llamar «directivo», y otro, que podríamos llamar «pedagógico». Dirigir y educar son formas de juzgar que poco aportan a la autogestión y la autodeterminación que son criterios no sólo de la salud individual sino la colectiva.

Finalmente, podemos añadir una última profesión imposible: la medicina. Si el hecho de que un niño muere cada 5 segundos —en su mayoría por causas prevenibles— prueba algo es que tal como educar y gobernar, curar también tiene sus límites. No reconocerlos puede llevar a abusos como el sobrediagnóstico, la medicación innecesaria o la imposición del saber médico. «Escuchamos, pero no curamos».

Por ello, conviene proceder con cautela a la hora de escuchar pues no basta con no emitir una opinión para no juzgar. Tanto escuchar para dirigir, como para educar y curar nos mantiene en la misma senda. Paradójicamente, cuando nos dedicamos a escuchar de verdad, y no apresuramos los juicios, nos acercamos, aunque sea por momentos, a la posibilidad de volver realizables las labores de gobernar, educar y curar.



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